La casa de Zela
Todo en mi Tacna el patriotismo halaga.
En esta casa, en ya remoto día,
nació la libertad. Aquí vivía
don Antonio de Zela y Arizaga.
Por esta puerta, el ínclito guerrero
salió a luchar contra el león hispano.
¡Le veo en el dintel, espada en mano!
¡Entre nuestros patricios fue el primero!
¡Adalid inmortal! ¡Torna a la vida!
Vuelve a tu patria desde lo infinito.
Tu sagrada misión no está cumplida…
Es necesario que de nuevo vibres;
lanza otra vez tu inolvidable grito:
“¡Tacneños, llegó la hora… somos libres!”
(Federico Barreto Bustíos, Tacna)
Francisco Antonio de Zela
Fue en Tacna, la ciudad emblema,
donde Zela inmortal lanzara el grito
que atravesando mares y montañas
repercutió en el alma de los pueblos;
de aquellos pueblos que libertase ansiaban
a costa de su vida, pero honrando
el nombre del Perú… ¡Patria gloriosa!
Grito de rebelión, fue cual heraldo
del mensaje de luz de la esperanza,
para una fecha que estaría escrita
en el destino de nuevos horizontes,
redención absoluta de oprimidos
que en aras del altar de fe profunda
afirmaron su ideal… ¡La independencia!
Zela, hombre digno del suelo que escogiera
para escribir la historia de los libres;
sus rebeldías hechas de vigilias,
de vehemencias del amor que enciende
una hoguera sagrada en cada pecho,
una llama cual tea en el cerebro.
Supo aceptar con honra el sacrificio
de alejarse del hogar bendito,
y de la Patria a quien tanto amó,
mas su ejemplo cundió, dejó raíces,
fueron trofeos su nombre y su recuerdo
tal ofrenda legada a lo infinito;
y Tacna el pedestal inconmovible
a través de los siglos y la historia
de los hechos sublimes…
(Carmen Cafferata de Benavides Freyre, Tacna)
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ZELA
Temerario,
visionario,
Quijote de la libertad,
tu grito de rebelión
resonó como una clarinada
vibrante, en la noche oscura y desolada
de la opresión.
Pero, luego, te traicionaron,
como a Jesús los hombres,
cuyos nombres
ya maldijo la historia.
Como a Jesús te aprisionaron,
y con tu muerte, en el calvario de Chagres,
se agiganta tu ejemplo, tu heroísmo y tu gloria.
ZELA: tu grito sagrado de libertad
seguirá resonando en la madeja infinita de los siglos,
contra tiránicos vestigios,
contra una clarinada de eternidad.
(Fortunato Zora Carvajal, Tacna)
EL PRECURSOR
del más glorioso prócer que esta tierra del sur,
-cuna de altos varones- viera retar, audaz,
al indomable y engreído león español;
cuando un rugido suyo hacía todavía
a medio continente americano temblar,
una lozana legión estudiantil
ha dejado, gentil,
sobre la pétrea y gris fachada,
cual una o de admirativa exclamación,
una votiva corona de laurel,
impregnada del perfume de su corazón.
La agónica lividez de una tarde,
prematuramente invernal, se ha fundido, medio humillada,
en el crisol crepuscular,
y la noche, siempre tras de las puestas
de sol, ha, diligente, comenzado
a tender su palpitante red de guiños
luminosos sobre la inmensidad.
Un silencio, que no es de pavidez,
sino de histórica dramaticidad, flota en el ambiente de la casona augusta
que la legión estudiantil acaba de condecorar.
En el fondo de una imponente sala,
que es aula, altar, historia
y lo que más le habla a la imaginación,
del pasado y a Tacna, de su gloria,
se yergue, erecta y firme, la enfática figura
de un hombre, que no es un hombre de hoy.
Está envuelta en un halo de extraña claridad,
de una diafanidad celeste y pura,
que no es fulgor de luna ni de sol,
sino ese frío y misterioso brillo
que irradia el halo de toda santidad.
De entre el azul de su casaca,
flordelisada en negro y oro, y en la que un rojo detonante
trazó sobre la V de las solapas
dos pinceladas zigzagueantes,
surge una faz serena y blanca,
como obstinada en inquirir,
entre los dos interrogantes
de sus rubias patillas,
lo que escondido tiene el porvenir.
Tras el prúsico añil de sus pupilas,
escrutadoras más que penetrantes, a las que unas frondosas cejas circunflejas
les dan acento de resolución,
se ve la llama que fundió las rejas
de la servidumbre y que le diera pábulo
al espíritu de la rebelión.
Tiene al cinto una espada,
con la que presta fe de su hidalguía,
y a sus pies una cadena destrozada:
la de la sierpe de la tiranía.
Francia, viéndose así, le tomaría,
sin desdoro, por uno de sus hijos:
Sieyes, Saint Juste, Carnot,
o cualquiera de los corifeos
que devoró la saturniana revolución.
Y España, aquella España,
madre de toda hazaña, exclamaría, con noble orgullo maternal:
“Conozco a este hombre; lo hice un día,
después de aquilatar bien su valía,
mi balanzario de una Caja Real,
y si en sus venas hubo sangre mía
y no la dio por mí, la dio por eso
que él persiguió y amó: un ideal.
Si en una hora de osadía
olvidó que fue fruto de mi seno, no lo repudio ni condeno.
Ley es que el hijo, cuando fuerte,
se dé a sí mismo su destino
y por él luche hasta la muerte.
Así lo hice yo en toda hora y todo tiempo
y yendo siempre sola en mi camino”.
Pero este hombre no es un español ni un francés,
ni un jacobino, ni un conquistador; es más que eso, mucho más: es
de la peruana libertad un precursor.
Es Zela, el hombre que a la voz que Castelli
lanzara, entre rugidos de humana tempestad,
desde el Alto Perú,
le respondiera, resuelto, con un grito inmortal;
grito reinvindicante, grito de plenitud,
en el que estaban condensados
todos los ayes arrancados,
durante tres centurias de horror y esclavitud.
Es Zela, el hombre que esos ayes recogió
y que al sentirse por ellos conmovido la divina locura de los libertadores
de pueblos le poseyó;
esa locura que hace de todo poseído
un destructor demonio o un constructor dios;
que hace sentir del poseso la angustia,
del rebelde, la febril inquietud
y del mártir, un ansia de befa y crucifixión.
Por esa ansia, esa angustia y esa fiebre,
pudo en sus cuatro días de rebelión
hacer, como Jesús, de sí mismo el milagro
de darle a todos los que en él creyeron
el vino fuerte de su voluntad
y la hostia excelsa de su corazón.
Por esa fiebre fue jefe y soldado,
espada y pluma, verbo y acción. Por eso en esos cuatro días, cuando Tacna
iba tras dél, fervorizada de pasión,
y en Caramolle le aclamaba como a libertador,
tuvo también su Pilatos, su via crucis,
sus caídas y su traidor.
(Enrique López Albújar, Chiclayo)
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